Os retaría a decirme de qué no se le ha acusado a Hitler. Un hombre tan controvertido por sus actos y huella en la historia que sería imposible de mirar sin arquear una ceja. Se le acusó de ser el mismísimo diablo, un parafílico y masoquista, pero, a mi juicio, poco se habla de la atención que dedicó a la música, a la que atribuía la capacidad de evocar estados de ánimo concretos a la población. Recordemos que, durante su juventud en Viena, Hitler creyó encontrar su destino de salvar a Alemania de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial en la música de Wagner. Fue una obsesión que cultivó con el paso de los años, hasta el punto de usar compulsivamente la obertura de Rienzi y de los maestros cantores, que sonaban de fondo durante sus discursos.
Para Hitler, la música tenía un efecto de catarsis fervorosa en su discurso y se decía que era gracias a ella que su presencia quedaba respaldada en los mítines del partido. Bajo el influjo de la música de Wagner, Hitler creía escuchar la voz de la divina providencia que hablaba a través de él. El presidente del Partido Nacionalsocialista, Gregor Stasser dijo que cuando Hitler hablaba, una luz aparecía en las ventanas y ese hombre con bigote se convertía en un arcángel y, tras el discurso, el arcángel abandonaba el cuerpo de Hitler y este se quedaba sudoroso y exhausto. Conviene reparar en la profundidad con la que ciertas personas seguían a este señor y a qué conclusiones se llegaron en el momento.
En las memorias de la secretaria de Hitler podemos encontrar pasajes en los que cuenta cómo el fuhrer escuchaba a todo trapo las óperas de Wagner y algunas de Verdi, como el final de Aida, lo que me sorprende, ya que es un final muy tranquilo para lo que parecían ser los gustos de Adolf.
Beethoven, como destacado ejemplo, fue empleado por el partido nazi en algunas jornadas culturales, diseñadas con el propósito de "instruir" a la población a través de la radio, así como para embellecer actos en los que estuvieran presentes líderes alemanes destacados. Además, se sabe que Hitler sentía un profundo rechazo hacia Brahms, a quien consideraba "endiosado por los judíos".
Richard Strauss, un músico y director con quien Hitler mantenía una conexión personal, despertaba la admiración del fuhrer por sus canciones y, en particular, por sus dos versiones de "Invitación secreta" (op. 27 n. 3, 1894). Hitler y Goebbels tenían en alta estima a Strauss como compositor y utilizaron varias de sus composiciones para acompañar eventos relacionados con el partido. En 1933, durante la inauguración de la Cámara de Cultura del Reich, fundada por Goebbels y presidida por Strauss, se interpretó el "Preludio Festivo" (op. 61 para orquesta y órgano, 1913), una pieza que posteriormente se utilizaría exclusivamente en actos de protocolo.
Sin embargo, y a pesar del gran estatus de los compositores mencionados, fue Anton Bruckner quien se convirtió en una especie de reflejo musical para Hitler debido a haber sido maltratado por el crítico judío-vienés Edward Hanslick, su origen humilde (similar al de Hitler) y su nacimiento en Linz, ciudad que el dictador respaldó durante su liderazgo y donde estableció la Orquesta Bruckner del Reich, que estuvo activa hasta 1944. Hitler ordenó la construcción de un busto de Bruckner en el panteón del Valhalla en Ratisbona, lo cual es muy curioso ya que Bruckner fue el único compositor venerado en ese lugar durante el régimen nazi, en contraste con la pasión que Hitler sentía por su adorado Wagner, a quien idolatraba casi como a un ser divino.
Daniel
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